#OPINIÓN – Pablo Sigüenza Ramírez.

La historia de Ixim Ulew está signada por la resistencia, por la persistencia, por la necedad de vivir en libertad. Somos inevitablemente muchas Guatemalas que se mueven y luchan desde los cuatro puntos cardinales, desde las altas montañas en donde se juntan la niebla y el bosque, desde las planicies y laderas, hasta el lugar en donde la arena del mar acaricia pies de pescadores. La población se moviliza por indignación, por rabia, pero también por amor y defensa de la vida. El movimiento indígena y campesino es hoy un actor fundamental en la vida política del país; así quedó demostrado con su participación en las movilizaciones anticorrupción de 2015 y en la marcha nacional por el agua de abril de 2016.

En los años recientes, la dinámica del movimiento campesino en Guatemala ha sido diversa, en consonancia con la multiplicidad de problemas que la población del campo presenta. Reclamos históricos por el acceso a la tierra y por salarios dignos se unen a las voces que denuncian la contaminación y el desvío de los ríos, la contaminación de suelos, aire y paisaje causados por las empresas cañeras, de palma africana y las bananeras. Las demandas se dirigen al Estado en función de que se detenga la expansión de monocultivo, se reparen los daños a la salud y al ambiente y, en el caso de las comunidades del norte, la recuperación de tierras despojadas a pueblos y comunidades indígenas en distintas épocas.

Los desalojos violentos a comunidades aparecen denunciados por distintas organizaciones, principalmente en las regiones de Alta Verapaz y la Costa Sur, en zonas de expansión de monocultivos; son el resultado directo de la reconcentración de tierra en manos de terratenientes y la falta de una efectiva política de acceso a la tierra. En el Valle del Polochic se generó una dinámica de desalojos extrajudiciales por parte de seguridad privada y trabajadores del ingenio Chabil Utzaj con el saldo de zozobra espiritual y material de las comunidades afectadas.

En años recientes se ha hecho evidente el ciclo: imposición de proyectos de inversión capitalista en los territorios rurales-resistencia campesina e indígena comunitaria-represión estatal en apoyo al capital. Así, la lucha por la vida fue adquiriendo nombres concretos: La resistencia pacífica en La Puya contra una minera generó mucha solidaridad y simpatía entre diversos sectores del área urbana. Monte Olivo, comunidad atacada por las fuerzas del Estado, fue la indignación total. El pueblo de Barillas, en Huehuetenango, es heroico en su resistencia contra la construcción de hidroeléctricas pues la represión que sufren es enorme y pese a ello siguen organizándose para defender su entorno y su cotidianidad. Las familias del Valle del Polochic se han ganado a pulso el reconocimiento nacional e internacional pues la lucha frente al gobierno por la restitución de tierras es cansada y agotadora pero necesaria. Las comunidades que conformaron la red de afectados por la palma africana tienen un monstruo financiero y político enfrente pero siguen de pie en la lucha.

El Estado Plurinacional aparece como propuesta de diversas voces campesinas e indígenas. Este planteamiento requiere construir esfuerzos políticos con ese fin, es decir soñar, imaginar, organizar, resistir, construir, ganar la plaza y la montaña, las aulas, las milpas y los parques. En ese afán está hoy buena parte del movimiento indígena y campesino en Ixim Ulew.