#Opinión | Jairo Mejía

El 21 de septiembre, bajo un tenue y constante chipi-chipi, la Ciudad de Guatemala se vio visitada por campesinos y campesinas de distintos puntos del país para exigir, entre otras cosas, la renuncia del presidente Alejandro Giammattei; la de Consuelo Porras, jefa del Ministerio Público; y Walter Mazariegos, rector de facto en la USAC, todos ellos partícipes del llamado Pacto de corruptos.

 

A la convocatoria realizada por el Comité de Desarrollo Campesino (CODECA), asistieron miles de guatemaltecas y guatemaltecos, entre ellos estudiantes sancarlistas, que guardan la esperanza de una mejor situación política para el país. La presencia de ciudadanos del occidente y oriente nos recuerda que la riqueza del país se halla en esa variedad de culturas que habitan un solo territorio. Y no en la explotación laboral y minera como pretenden los gobiernos y los empresarios.

 

Marchas pacíficas como la anterior nos demuestran que, a pesar de la indiferencia de los pobladores de la región urbana, existen pueblos y comunidades que no están dispuestas a vender el país y sus territorios a capitales, nacionales y extranjeros, que sólo perpetúan un sistema de extracción y despojo. Es importante rescatar y resaltar las palabras dichas ese día por las y los líderes comunitarios: pan de hoy y hambre para mañana. La lucha no termina, la lucha continúa.